Un viento cortante se estampaba contra mi cara y yo me hundía mas en aquel oscuro abrigo fabricado en algún lugar de Inglaterra, cosa de la que nadie podía enterarse, aunque no era el único producto occidental que pululaba por las calles. Caminaba solo, no había nadie en la calle, la policía nos tenía controlados como a corderitos, y la gente tenía cierto miedo, aunque no tanto como al que le tenían a la KGB o a los soldados soviéticos, pero eso es algo que no necesito explicar. Me dirigía a comprar el pan o cualquier alimento en realidad; que a mi me diera igual alimentarme, no significaba que debiera hacer lo propio con mi padre, pues lo que le quedase de vida no debia sufrir. Aunque las dificultades en Berlín Oriental eran atroces y la gente moría de hambre o por las balas que los guardias les disparaban al intentar pasar a la otra zona, el sentimiento de esperanza y de aquellos campos verdes donde poder pastar como corderitos que éramos existian, seguían vivos. Llevaba más de t