Un viento cortante se estampaba contra mi cara y yo me hundía mas
en aquel oscuro abrigo fabricado en algún lugar de Inglaterra, cosa de la que
nadie podía enterarse, aunque no era el único producto occidental que pululaba por las calles.
Caminaba solo, no había nadie en la calle, la policía nos tenía controlados como a corderitos, y la gente tenía cierto miedo, aunque no tanto como al que le tenían a la KGB o a los soldados soviéticos, pero eso es algo que no necesito explicar. Me dirigía a comprar el pan o cualquier alimento en realidad; que a mi me diera igual alimentarme, no significaba que debiera hacer lo propio con mi padre, pues lo que le quedase de vida no debia sufrir.
Aunque las dificultades en Berlín Oriental eran atroces y la gente moría de hambre o por las balas que los guardias les disparaban al intentar pasar a la otra zona, el sentimiento de esperanza y de aquellos campos verdes donde poder pastar como corderitos que éramos existian, seguían vivos. Llevaba más de tres horas buscando una panadería con existencias pero los víveres no llegaban o se agotaban con rapidez, por lo menos me conformaba con saber que al otro lado del telón de acero no estaban comiendo manjares ni durmiendo bajo un techo, Jrushchov repartía "justicia" a ambos lados y raro era el día que la Stasi o los rusos no mataban a algún disidente. Giré la esquina y una patrulla pasó a mi lado. Me miraron y yo desvié la mirada, quería evitar mirar a esos fríos ojos. Caminé por las calles hasta llegar a la famosísima plaza Unter den Linden donde encontré un banco para sentarme, lo hice y comencé a contemplar mi alrededor: el río Spree se divisaba en el horizonte a un par de manzanas y la puerta de Brandeburgo a mi izquierda, lo demás no es digno de mención solo eran edificios, muchos de ellos aun dañados por los combates durante la guerra, donde la gente se las arreglaba con lo poco que tenía. Hacía ya dos semanas desde que las revueltas en todo el país fueran aplacadas por el ejército rojo de manera cruel y sangrienta por los tanques soviéticos. Me levanté. Seguí caminando. Entre en una librería y una pequeña campanita en la puerta aviso de mi llegada. Deje el sombrero y la bufanda en un perchero y me dirigí al mostrador. La tienda estaba desértica a pesar de estar abierta pregunte" ¿hay alguien?" y una fría y quebradiza voz me respondió “sí", acto seguido se escuchó un sollozo y a partir de ese instante me olvidé por completo de mi padre y de la comida que estaba buscando y salté el mostrador siguiendo esos sollozos. Llegue a la trastienda y aparte una mugrienta cortina y le vi. Le vi muerto. Le vi muerto sobre el suelo empapado en lo que aun era sangre fresca y caliente que manaba de su palpitante cuello mancillado. En sus manos sostenía una un libro prohibido "Die Alternative". La imagen hizo que las lágrimas manaran de mis ojos, era alguien a quien veía todos los días abriendo su pequeña tienda y con su reconfortante sonrisa te agradaba el resto del día y te hacia olvidar las penurias del día a día. Después de quedarme no se cuanto tiempo paralizado ante aquella horrorosa imagen me agaché corriendo a abrazar a la hija de Wilhelm, Bertha Von Hensel. La dejé en una sillita que había en una esquina junto a una radio y a pesar de que mis lágrimas caían sobre el charco de sangre y empañaban mis ojos, cogí el cadáver y lo puse sentado en el sillón. Al acabar, aquella vocecilla sonó de nuevo "¿Por qué lloras tanto?" me dijo la chiquilla, "porque tu padre era un buen hombre". Me cambié de ropa por algo del armario, cogí las llaves del local, mi bufanda y sombrero y a la niña por aquella fría y blanca mano y salimos. Cerré y me dirigí a la cafetería donde trabajaba una antigua novia mía. De nuevo la campanita volvió a sonar advirtiendo de nuestra llegada. Me sequé la cara mojada por las lágrimas y forcé una sonrisa, en cambio Bertha no podía hacer lo mismo y no paraba aquella agua de la tristeza de salir de sus ojos. "Hola Federica" le dije a lo que ella contesto" ¿no te has arrastrado ya lo suficiente?" me contestó con un resoplido." No es eso, acércate que te tengo que contar una cosa" la exhorté "¿y por qué no desde ahí?" me dijo y, viendo su pasividad, me abrí el abrigo y saque el libro que estaba en las manos de mi amigo aun salpicado de sangre. Ella se quedo paralizada y enseguida lo entendió todo. Se le cayó el vaso provocando el típico estado de alarma de los clientes y algún que otro grito. Guardé el libro por precaución de nuevo en mi gabardina y ella dio la vuelta a la barra y se lo conté todo al oído en unos pocos minutos; al acabar me abrazó de tal forma que casi dejo de respirar."¿Te puedes quedar con la niña?" la pregunté, "claro que si, ven conmigo mi niña que te vas a comer una magdalena riquísima" y siguieron hablando mientras se alejaban para irse a la cocina."¡Oye!" la grite, todos los clientes me miraron," ¿necesitas algo más?"Me respondió, "no, gracias" y sus rojos labios dieron por terminada aquella conversación. Salí de la cafetería y me volví, como antes, a hundirme en aquel abrigo. Me dirigí a la puerta de Brandeburgo. Mi paso se empezó a acelerar a la vez que mi pulso y me dispuse a correr. El viento volvía a cortarme la cara y el sombrero y la bufanda salieron corriendo. Cuando divisaba el monumento y la frontera aumente la velocidad al máximo y la adrenalina del momento hicieron que volvieren a brotar las dichosas flores saladas de mis verdes ojos. Justo cuando llegue a la frontera no me pare sino que empecé a escalar la valla y justo cuando mis manos empezaron a sangrar por las cuchillas de la alambrada sentí las voces en ruso que decían "baja, baja" y otras que decían "disparen, disparen" y casi sabiendo lo que me iba a pasar gire la cabeza y vi como me apuntaba un soldado y apretaba el gatillo. Lo siguiente fue mí caída al suelo como de un cuerpo de plomo y la verdad me dolió eso más que los agentes de plomo que me quitaban la vida en esos instantes. Mi pulso bajo y mis lagrima dejaron de salir. Antes de morir saque mi libro y lo abrace con las pocas fuerzas que me quedaban aunque ahora ya estaba manchado completamente de un viscoso liquido rojo, era la mía. Brotaba de mí cual manantial en primavera y de forma cómica pensaba que m salvaría por tener dentro de mí lo mismo que en su bandera pero me equivocaba. Un soldado, probablemente alguien de mayor rango me puso su pistola en la frente mientras yo abría el libro y leí en voz alta su título "Die Alternative" y acto seguido deje de sentir y de vivir a un pie de la frontera.
Caminaba solo, no había nadie en la calle, la policía nos tenía controlados como a corderitos, y la gente tenía cierto miedo, aunque no tanto como al que le tenían a la KGB o a los soldados soviéticos, pero eso es algo que no necesito explicar. Me dirigía a comprar el pan o cualquier alimento en realidad; que a mi me diera igual alimentarme, no significaba que debiera hacer lo propio con mi padre, pues lo que le quedase de vida no debia sufrir.
Aunque las dificultades en Berlín Oriental eran atroces y la gente moría de hambre o por las balas que los guardias les disparaban al intentar pasar a la otra zona, el sentimiento de esperanza y de aquellos campos verdes donde poder pastar como corderitos que éramos existian, seguían vivos. Llevaba más de tres horas buscando una panadería con existencias pero los víveres no llegaban o se agotaban con rapidez, por lo menos me conformaba con saber que al otro lado del telón de acero no estaban comiendo manjares ni durmiendo bajo un techo, Jrushchov repartía "justicia" a ambos lados y raro era el día que la Stasi o los rusos no mataban a algún disidente. Giré la esquina y una patrulla pasó a mi lado. Me miraron y yo desvié la mirada, quería evitar mirar a esos fríos ojos. Caminé por las calles hasta llegar a la famosísima plaza Unter den Linden donde encontré un banco para sentarme, lo hice y comencé a contemplar mi alrededor: el río Spree se divisaba en el horizonte a un par de manzanas y la puerta de Brandeburgo a mi izquierda, lo demás no es digno de mención solo eran edificios, muchos de ellos aun dañados por los combates durante la guerra, donde la gente se las arreglaba con lo poco que tenía. Hacía ya dos semanas desde que las revueltas en todo el país fueran aplacadas por el ejército rojo de manera cruel y sangrienta por los tanques soviéticos. Me levanté. Seguí caminando. Entre en una librería y una pequeña campanita en la puerta aviso de mi llegada. Deje el sombrero y la bufanda en un perchero y me dirigí al mostrador. La tienda estaba desértica a pesar de estar abierta pregunte" ¿hay alguien?" y una fría y quebradiza voz me respondió “sí", acto seguido se escuchó un sollozo y a partir de ese instante me olvidé por completo de mi padre y de la comida que estaba buscando y salté el mostrador siguiendo esos sollozos. Llegue a la trastienda y aparte una mugrienta cortina y le vi. Le vi muerto. Le vi muerto sobre el suelo empapado en lo que aun era sangre fresca y caliente que manaba de su palpitante cuello mancillado. En sus manos sostenía una un libro prohibido "Die Alternative". La imagen hizo que las lágrimas manaran de mis ojos, era alguien a quien veía todos los días abriendo su pequeña tienda y con su reconfortante sonrisa te agradaba el resto del día y te hacia olvidar las penurias del día a día. Después de quedarme no se cuanto tiempo paralizado ante aquella horrorosa imagen me agaché corriendo a abrazar a la hija de Wilhelm, Bertha Von Hensel. La dejé en una sillita que había en una esquina junto a una radio y a pesar de que mis lágrimas caían sobre el charco de sangre y empañaban mis ojos, cogí el cadáver y lo puse sentado en el sillón. Al acabar, aquella vocecilla sonó de nuevo "¿Por qué lloras tanto?" me dijo la chiquilla, "porque tu padre era un buen hombre". Me cambié de ropa por algo del armario, cogí las llaves del local, mi bufanda y sombrero y a la niña por aquella fría y blanca mano y salimos. Cerré y me dirigí a la cafetería donde trabajaba una antigua novia mía. De nuevo la campanita volvió a sonar advirtiendo de nuestra llegada. Me sequé la cara mojada por las lágrimas y forcé una sonrisa, en cambio Bertha no podía hacer lo mismo y no paraba aquella agua de la tristeza de salir de sus ojos. "Hola Federica" le dije a lo que ella contesto" ¿no te has arrastrado ya lo suficiente?" me contestó con un resoplido." No es eso, acércate que te tengo que contar una cosa" la exhorté "¿y por qué no desde ahí?" me dijo y, viendo su pasividad, me abrí el abrigo y saque el libro que estaba en las manos de mi amigo aun salpicado de sangre. Ella se quedo paralizada y enseguida lo entendió todo. Se le cayó el vaso provocando el típico estado de alarma de los clientes y algún que otro grito. Guardé el libro por precaución de nuevo en mi gabardina y ella dio la vuelta a la barra y se lo conté todo al oído en unos pocos minutos; al acabar me abrazó de tal forma que casi dejo de respirar."¿Te puedes quedar con la niña?" la pregunté, "claro que si, ven conmigo mi niña que te vas a comer una magdalena riquísima" y siguieron hablando mientras se alejaban para irse a la cocina."¡Oye!" la grite, todos los clientes me miraron," ¿necesitas algo más?"Me respondió, "no, gracias" y sus rojos labios dieron por terminada aquella conversación. Salí de la cafetería y me volví, como antes, a hundirme en aquel abrigo. Me dirigí a la puerta de Brandeburgo. Mi paso se empezó a acelerar a la vez que mi pulso y me dispuse a correr. El viento volvía a cortarme la cara y el sombrero y la bufanda salieron corriendo. Cuando divisaba el monumento y la frontera aumente la velocidad al máximo y la adrenalina del momento hicieron que volvieren a brotar las dichosas flores saladas de mis verdes ojos. Justo cuando llegue a la frontera no me pare sino que empecé a escalar la valla y justo cuando mis manos empezaron a sangrar por las cuchillas de la alambrada sentí las voces en ruso que decían "baja, baja" y otras que decían "disparen, disparen" y casi sabiendo lo que me iba a pasar gire la cabeza y vi como me apuntaba un soldado y apretaba el gatillo. Lo siguiente fue mí caída al suelo como de un cuerpo de plomo y la verdad me dolió eso más que los agentes de plomo que me quitaban la vida en esos instantes. Mi pulso bajo y mis lagrima dejaron de salir. Antes de morir saque mi libro y lo abrace con las pocas fuerzas que me quedaban aunque ahora ya estaba manchado completamente de un viscoso liquido rojo, era la mía. Brotaba de mí cual manantial en primavera y de forma cómica pensaba que m salvaría por tener dentro de mí lo mismo que en su bandera pero me equivocaba. Un soldado, probablemente alguien de mayor rango me puso su pistola en la frente mientras yo abría el libro y leí en voz alta su título "Die Alternative" y acto seguido deje de sentir y de vivir a un pie de la frontera.
Si bien ustedes al leer esto se preguntan cómo puedo contarlo si
fallecí a un pie de la frontera, pues bien si buscan explicación, no se
entretengan en buscarla, yo tampoco la encuentro ni siquiera hablando con otros
que hicieron lo mismo que yo.
FIN/ENDE
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